miércoles, 16 de julio de 2008

Ana


Equilibrio, es el estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente. Y se mantienen inalterables a lo largo del tiempo. En pausa. En equilibrio.
Un estado por demás necesario. Desde mi punto de vista, fundamental.
O también, actos de contemporización, prudencia o astucia, encaminados a sostener una situación, actitud, opinión, etc., insegura o dificultosa. Situaciones en las cuales nuestra capacidad de tomar decisiones sufre una especie de perturbación, que detiene nuestro razonamiento. Logrando la perplejidad, que se evidencia en la mirada perdida. Solo en la mirada, porque nuestros pensamientos ruedan a velocidades incalculables. Más que nunca es necesario el equilibrio.
No es algo que se tiene en todo momento. Es algo que esta ahí, impalpable.
Los polos no son buenos. Una vez, una persona, que no voy a mencionar quien fue, porque no viene al caso, me dijo: Todo asesino, alguna vez, le acaricio la cabeza a un niño. Es verdad. Absolutamente. No digo que este bien salir un poco, solo un poco, a hacerle daño a alguien por ahí, y que en los tiempos libres uno trabaje de niñero. El equilibrio no está ahí. Va, cada uno hará lo que quiera, en definitiva, es lo más saludable. Y cada uno tiene sus propios parámetros de donde están sus polos. Es simplemente un paralelismo.
En fin. Ana buscaba el equilibrio. Y lo encontró cuando al cruzar la calle, un vehiculo azul, de un azul muy fuerte, que se desplazaba a gran velocidad, freno justo frente a ella.
Su primer reacción fue quedarse en pausa. Perdón si soy un poco reiterativo. Trato de narrar lo que ella me contó, con sus mismas palabras. Una pausa que duro años según ella.
No entendía porque ese azul intenso se había detenido a sus narices. Justo frente a ella. ¿Por qué la había elegido a ella cuando había miles de personas más para elegir?
En un punto le gustaba haber sido ganadora, de algo que aun no sabía si la haría feliz. O si sería una de las últimas veces en su vida que se había levantado de su cama con una sonrisa, cosa que pocas veces sentía.
Cuando logro salir del remolino que ocasionaban los recuerdos que le causo ese azul tan intenso, el azul más penetrante que había visto en toda su vida, se abrió la puerta del conductor.
Bajo una mujer de cabellos negros. Llevaba puesto un sobretodo gris, con unas botas negras que le llegaban hasta las rodillas, y dejaban asomar apenas un pantalón negro ajustado. Debajo del sobretodo noto que en el cuello de la camisa blanca tenia una pequeña mancha amarilla. Le molestó. Ana es muy limpia y prolija en todo. Los lentes negros, enormes que le cubrían casi toda la cara también le parecieron exagerados. Tenía una cara larga, exótica, y se paró frente a ella.
En ese momento, se escucho la sirena de una ambulancia, o un patrullero, no supo exactamente que era. Pero las dos voltearon para ver, guiándose por el sonido. Cuando ya el vehiculo giraba la esquina.
– ¿Qué habrá sido? – pregunto Ana.
–No se, pero parecía apurado – dijo la Morocha
Se estudiaron varios minutos. Como si días atrás se hubieran retado a duelo. Y ese era el momento de la verdad, el momento previo a desenfundar y que solo una de las dos quede en pie.
La morocha gano la pulseada y arremetió.
–Te estaba buscando – le dijo.
–Eso ya lo se – respondió Ana. – Lo que no me dijiste es para qué. Puedo imaginar algo, pero no se. Tengo miedo de equivocarme. –
– ¿Que perderías si te equivocas? – pregunto la Morocha
Era una excelente pregunta me dijo Ana. Se quedo pensando unos segundos.
–Nada – le dijo.
–Entonces pregunta – interrumpió la Morocha.
– ¿Te debo algo? – pregunto con un poco de miedo.
–Me debes un montón de explicaciones. Pero no nos vamos a quedar acá paradas todo el día. ¿Me acompañas? – y la invito a subir al auto.
Por algún motivo que desconozco, Ana subió sin decir ni una palabra. El auto olía a limpio, algo que logro bajar sus pulsaciones lo suficiente como para tranquilizarla y disfrutar de haberse animado a vivir esta nueva experiencia… Ana no es de confiar en nadie. Todo lo contrario.
El auto era un Mustang Shelby GT500 KR del 67. Ella lo sabía porque Javier, su ex novio, quien la había dejado hacía 4 meses y 7 días, era un fanático de los autos. Increíblemente, un fanático de ese auto en el cual Ana se encontraba, por lo cual todo el interior del coche le parecía conocido, claro, ya había visto miles de fotos que Javier le había mostrado. La de la cara exótica puso primera y salio arando. Ana atino a ponerse el cinturón de seguridad y a sujetarse fuerte del apoya brazos, dedujo que sería un viaje movido. Miraba por la ventanilla y no reconocía las calles, eran calles que nunca había visto. No le importo.
– ¿Consume mucho? – Pregunto. La Morocha ni la miro. – Este es el coche preferido de Javier. Mi ex novio. Se que tiene un motor muy potente.
Este auto fue protagonista de una película, pero no me puedo acordar ahora de cual era… la tengo en la punta de la lengua. – Dijo Ana al mismo tiempo que sacaba la lengua y se la tomaba con la punta de los dedos, tirando cada vez más fuerte, como queriendo arrancarle vocales y consonantes, y muchas cosas más. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo se empezó a reír. Se tentó. Y no paro por 7 minutos. O un poco más, no supo decirme tampoco.
Siguieron andando. Ya habían pasado por el medio de una ciudad céntrica, habían estado en una ruta de doble mano, por la cual circulaban muchos camiones en la vía opuesta a gran velocidad. Más de una vez tuvo miedo de que choquen de frente contra esas enormes parrillas de los camiones. Tuvo tiempo de dormirse, y cuando se despertó logró reconocer la puerta de una casa. Era la casa de Javier. Se detuvieron. Ana le dijo que no quería quedarse ahí, que prefería que siguieran andando. Pero la Morocha, puso el freno de mano, y se durmió.Ana no tuvo otra opción que ceder ante sus ganas de ver la casa, por más fuerza que hacia para evitarlo, no logro contener sus ojos. Y vio, como nunca antes había visto, esa entrada. Con otros ojos, vio como la casa de despintaba, se descascaraba, se arruinaban las plantas del jardín, se marchitaban. El tiempo estaba pasando súbitamente. Lloró y termino su duelo. Sonrió. Giro para despertar a su nueva amiga y cuando la sacudió se encontró inesperadamente en su cama, desnuda y con mucho frío. Se incorporó y vio a los pies de su cama su sobretodo gris.

3 comentarios:

ÉNOLA dijo...

Me gustó muchiooo, no sabía que escribías tan bien aunque me lo imaginaba...

Escribir es necesario y nunca nos saca las ganas de producir...

Te mando un beso.

Énola.

Gustavo Detta dijo...

Gracias Eno, yo tampoco sabia que escribia.

Unknown dijo...

Gus, cuando me quieras contestar hacelo al mío porque si no, no me entero, jaja..

Lo que pasa es que me copé con tus historias y entro todo el tiempo...

Una fan...