martes, 2 de septiembre de 2008

La ruptura del eje


Una estrella de cinco puntas dibujada en el piso con sal, encerrada por una cinta de seda roja formando un círculo con un diámetro de setenta centímetros aproximadamente. Un vaso de leche lleno hasta la mitad, armoniosamente colocado en el centro de la estrella. De fondo, un tema muy bizarro de Frank Zappa. Y ella que me miraba fijo desde que se sentó. Desde hacia cuarenta minutos. Sentada en ese banquito chiquito al lado de la puerta decorada al mejor estilo hippie. Una luz tenue, extremadamente tenue, al punto de causarme dolor de cabeza. O quizás la jaqueca sea producto de los tres sahumerios estratégicamente diseminados por la habitación. Como si hubiera estudiado desde que ángulo, ayudado por la ventisca de la banderola del baño semiabierta, el humo penetrante podría viajar mejor hasta donde yo estaba.
De repente me vibro el celular. Nos sorprendió a los dos. Y ella me miro fríamente, con la misma mirada que me ponía Marta, mi maestra de sexto grado, cuando me mandaba alguna cagada.
Concentrate me dijo, y me saco el celular.
La magia esotérica no es lo mío, siempre lo pensé. Pero ella era muy linda y me dijo que quería llegar a la conexión desde otro lugar. Vos no lo vas a entender me dijo, terminantemente. No tuve lugar a replica. Me quede callado.
Al rato de estar en silencio los dos, se levanto, se paró justo adelante mío y muy pausadamente me pregunto si estaba preparado.
Si, contesté.
Soy un pelotudo pensaba por dentro.
Me tiro una risita chiquitita, casi imperceptible y se fue a su dormitorio.
Que carajo… Me dije a mi mismo, soy un forro. Ya la estaba pasando como el culo. Me quería ir a la mierda, se me habían acalambrado las piernas por completo… me sentía un gil.
Hasta que volvió al santuario improvisado que me había armado y se volvió a parar adelante mío…
Yo ya estaba medio cagado. A esta loca casi no la conocía... Pero me tengo que joder, yo solito me meto con loquitas como esta.
Y saco desde atrás de su espalda sosteniéndolo con las dos manos un tremendo consolador de color fucsia. Enorme.
La miré fijo. Atónito. Como si toda la parafernalia budista me hubiese surgido efecto. Pausa.
Por la cara que tenia, sus intenciones no eran las mejores…
Le pregunte que carajo quería hacer con eso.
Y me dijo que quería usarlo conmigo. Que tenía la fantasía de metérselo por el upite a algún tipo desde hacia varios años, pero que hasta el momento nunca lo había logrado.
No era la mejor manera de pedirme semejante cosa. No a un tipo como yo. Ni siquiera tuvo la sutileza de indagar un poco sobre cuales eran mis gustos personales. Me sentí violado.
Me di cuanta de que me estaba hablando muy enserio y me levante parsimoniosamente.
Para cuando la sangre volvió a fluir por las venas de mis piernas ya estaba caminando por la calle con un pucho en la boca. Como si hubiese estado cogiendo por horas. Pero con un quilombo en el marote…

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